Ni las sirenas están ya a salvo. Lo que hasta ayer era aceptable y admirado, hoy constituye un atentado contra la moral y las buenas costumbres. A las sirenas, figuras seductoras que daban al traste con las embarcaciones deslumbrando con sus encantos a los marineros, ahora se les exige recato y mojigatería si quieren sobrevivir, aunque sea como estatuas.
Así, Copenhague, la ciudad que vio nacer el icónico cuento de La Sirenita de Hans Christian Andersen, ha decidido retirar una monumental y controvertida estatua, La Gran Sirena (Den Store Havfrue), imponente escultura de metal y piedra obra del artista Peter Bech y que no hay que confundir con la famosa estatua de menores dimensiones situada junto a la costa. Se la cancelará por pornográfica y ajena al entorno histórico que la acoge.
Según informa El Periódico, esta decisión marca el clímax de una larga polémica que ha enfrentado la libertad artística con la sensibilidad pública y la protección del patrimonio, dejando en el aire un intenso debate sobre los límites del arte en el espacio público.
La obra se despide sin un destino claro. Quizá, como sirena que es, se zambulla hacia el fondo del mar, esperando una sociedad más permisiva, a diferencia de esta, en donde una cantante se puede sacar los pechos en el escenario pero una estatua no los puede mostrar.
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